En 1943, Gaston Bachelard publicó su ensayo sobre la imaginación del movimiento: El aire y los sueños. Ahí escribe: “Percibir e imaginar son tan antitéticos como la presencia y la ausencia. Imaginar es ausentarse, es lanzarse hacia una vida nueva”.
La imaginación nos aleja del momento presente, la percepción nos empuja hacia él. Bachelard sabe que imaginación puede suponer un riesgo cuando es evasiva, pero sabe también que el poeta puede generar un viaje imaginario que enriquece la vida. Sitúa al poeta en la cresta de estos dos mundos, tratando de igualar la presencia y la ausencia, y propone una imaginación que se aleje del escapismo. Defiende la imaginación que se expresa como una “invitación a viajar”, que nos ayuda a contrastar lo que existe con lo ausente.
Laban, el gran teórico de la danza y creador de la Labanotation, se ocupó también de articular la relación entre presencia y ausencia corporal (es decir, física y emocional) y lo hizo a través del “dinamismo espacial definido” (clear spatial dinamism) en su desarrollo del concepto de “armonía espacial” (Space Harmony) (Laban, 1966). Básicamente Laban entiende que quien danza percibe y actúa para articular sus movimientos, gestos y comportamiento, ya sea frente a un público o con sus compañeros. Eso genera una relación entre la percepción interna -física y anímica- de los movimientos y la percepción externa -del espacio y los objetos alrededor.
En un grado u otro, todos nos movemos entre esas dos percepciones, aunque en nuestro día a día, la mayoría de nuestros movimientos están privados de esta conciencia, ya que están tremendamente automatizados. Mi intuición (y esa es la base de todo mi trabajo) es que si consideramos cualquier movimiento en clave de danza (o si pensamos que la conciencia corporal es danza), nos acercamos a esa cresta del poeta, desde la percepción y la presencia, viajamos con nuestro cuerpo entre nuestra percepción y nuestra emoción. Nos convertimos en seres expresivos en presencia.
No sé si Laban supo de las reflexiones de Bachelard sobre la imaginación y su relación con el espacio y el movimiento -fueron contemporáneos-, pero creo que se habrían llevado bien, o al menos habrían estado de acuerdo en sus reflexiones fenomenológicas. Leyendo la introducción de “El aire y los sueños”, me encuentro escribiendo todas esas notas al margen en las que sólo hay que sustituir la idea de escritura, de metáfora, de poesía, por la idea de danza y simplemente funciona: la reflexión sobre la imaginación de Bachelard (la imaginación que viaja y nos ayuda a entender el mundo y a nosotros mismos) puede aplicarse perfectamente a la danza (la danza como la calidad expresiva inherente a todo movimiento).
Para quien baila la danza es siempre un viaje en movimiento. Mucho más que una capacidad memorística de pasos y secuencias, mucho más que una capacidad quasi-gimnástica. En mi caso particular, una de las claves de esa concepción es la importancia de la “transición” entre un movimiento y el siguiente. Bachelard habla también de ello, en su defensa del “viaje imaginario”. Dice: “No he ha comprendido bien el estado fluídico del psiquismo imaginante”. Sucede lo mismo con las transiciones entre movimientos: cuando los movimientos fluyen dejamos de estar fragmentados también en nuestro psiquismo danzante.
“Un ser privado de la función de lo irreal es un ser tan neurótico como el hombre privado de la función de lo real“, dice Bachelard. Añade que la imaginación es “un más allá psicológico” y yo me pregunto si la danza no es también “un más allá físico”.
Cuando se va tan lejos y tan alto, se reconoce uno bien en un estado de imaginación abierta. La imaginación entera, ávida de realidades, de atmósfera, aumenta cada impresión con una imagen nueva. El ser se siente, como dice Rilke, en la víspera de ser escrito. “Esta vez voy a ser escrito. Soy la impresión que va a transponerse” (Cuadernos de Malte Laurids Brigge)
Gaston Bachelard. El aire y los sueños, ensayo sobre la imaginación del movimiento (París, 1943) Pág. 15
¡En cuantos momentos me he movido sintiendo que voy a ser escrita! Así es en el trabajo de improvisación y en la terapéutica de la danza. Así es cuando aprendemos a dejarnos sorprender por nuestro propio movimiento. Así es baliar en estado de embodiment. Cuando somos capaces de establecer diálogos creativos con nuestro espacio, y con los demás.
No puedo evitar volver a la psicoterapeutica de la danza como imaginación activa de Jung, que Mary Whitehouse desarrolló en los años 60 y que todavía es una de las claves en danza-movimiento-terapia. Todos estos conceptos están todavía demasiado alejados de nuestras prácticas diarias y parecen reservados a los momentos de trauma y terapia. No tiene porqué ser así. De la misma forma que la poesía y el arte son parte de nuestra esencia humana y muchas veces los apartamos de nuestra cotidianidad, el movimiento creativo, la danza que dialoga con la imaginación y está atenta a todas las percepciones del cuerpo es también básica, una necesidad humana vital.