La fascia y el dolor crónico

Este artículo está dedicado a las socias de la ACAF y a todas las personas que sufren fatiga y dolor.

Desde hace tiempo me preocupa la situación de tantas personas que viven con dolor, que muchas veces pasan un calvario para obtener un diagnóstico y que sufren además, la incomprensión de los demás. Mujeres en un porcentaje abrumador, afectadas por fibromialgia, fatiga crónica, endometriosis… El gran problema es que no acabamos de comprender realmente estas enfermedades porque no parecen tener un origen preciso, el dolor es cambiante, a veces difuso y los síntomas son complejos, con variaciones importantes en función de cada persona.

Sin embargo, cada vez está más claro que algo falla en la relación entre el sistema nervioso autónomo y el tejido conectivo miofascial y esa parece ser al menos una explicación importante para este tipo de dolor -ese que va y viene, generalizado- y para explicar el agotamiento o la tendencia a la depresión, el sistema inmune debilitado y la más que probable hiperreactividad.

Hasta hace relativamente poco, nadie daba importancia al tejido miofascial del cuerpo humano. De hecho, mucha gente todavía desconoce que existe. Pero en las últimas décadas hemos pasado de menospreciarlo a entender su rol fundamental en nuestra capacidad de movernos, y cada vez está más claro que es una estructura clave en los procesos crónicos de fatiga y dolor. 

Así que hoy exploraremos qué es la fascia, cómo se relaciona con el sistema nervioso autónomo y qué motivos hay para relacionar las tensiones, lesiones y alteraciones de la fascia con los síndromes de sensibilización central. Creo que a la comunidad de personas afectadas les puede ayudar a entender o a explicar su situación. Además, revisaremos algunas estrategias de cuidado desde el cuerpo y el movimiento.

¿Qué es la fascia?

La fascia se configura como red de tejido ya desde la fase embrionaria. Simplificando mucho el proceso: una vez fecundado el óvulo, las células se subdividen rápidamente; en ese momento no se diferencian unas de otras (son células madre embrionarias). Pasados pocos días de la fecundación se produce un proceso por el que empiezan a diferenciarse algunas de esas células, según en qué zona del conjunto se encuentren: en el centro del grupo se diferencian las células que se especializarán para crear fascia, huesos, músculos, ligamentos, tendones, la dermis y la sangre, entre otros tejidos (a esa zona la denominamos mesodermo; el endodermo, situado por debajo, formará principalmente el sistema digestivo y el respiratorio; el ectodermo, por encima, formará básicamente el sistema nervioso). 

Desde una visión más holística, podemos pensar que el tejido fascial es el que forma todo nuestro sistema estructural, sólo que en distintas fases de consistencia: desde lo más fluído (fibrina en sangre) a lo más consistente, o sea, las estructuras óseas, pasando por músculos, tendones y ligamentos y la misma red miofascial que lo envuelve y engloba todo.

La fascia y de hecho, todo el tejido conectivo del cuerpo -de nuevo, desde lo más fluído a lo más consistente- está formada por tres componentes principales en diferentes proporciones: colágeno, elastina y un gel polisacárido al que llamamos “sustancia fundamental”. 

Desde el inicio de nuestro desarrollo en el vientre materno, la fascia forma una red de apoyo en todo el cuerpo: envuelve los órganos y de hecho, forma los compartimentos en los que se alojan; agrupa y da forma a los tejidos musculares; forma las membranas que envuelven el cerebro, la médula espinal y los nervios periféricos; preserva la temperatura corporal y nutre los tejidos; mantiene el bombeo circulatorio de sangre y linfa; y contribuye en la curación de heridas mediante la producción de colágeno.

Esto lo sabemos ahora, gracias al desarrollo de tecnologías que permiten observar el funcionamiento del cuerpo más allá de las disecciones de cadáveres. En el pasado se intentaba entender el funcionamiento anatómico estudiando cuerpos sin vida y sin movimiento, lo que ha impedido apreciar sus funciones. 

La fascia en el cuerpo vivo, y cuando está sana, forma una interfaz deslizante con el órgano o el tejido subyacente, y una red de conexión y cohesión corporal. La fascia reviste, sostiene y separa, conecta y divide, envuelve y da cohesión. Las cadenas miofasciales son vías de comunicación entre todas las estructuras de nuestro cuerpo, y forman un sistema de tensiones recíprocas. Así que cumple un papel fundamental en nuestros patrones de postura y si está alterada en su movilidad y elasticidad, provoca rigidez generalizada y dificultades en la movilidad. 

El sistema fascial sólo puede comprenderse cuando entendemos que es un sistema activo, vivo, resistente y omnipresente, versátil y cambiante, que acoge numerosos receptores que permiten gestionar nuestro cuerpo y construyen nuestra memoria corporal (seguramente aquí todavía haya implicaciones por estudiar, especialmente si pensamos en los trabajos de investigadores como Fuchs, que entienden que el cuerpo, no sólo la mente, recoge y “almacena”y recupera recuerdos). 

Las funciones de la fascia

De la misma manera que disponemos de cinco sentidos para captar información de nuestro entorno, disponemos de otros sistemas receptores, una gran cantidad de “sensores” repartidos por todo el cuerpo, que nos informan de nuestro estado interno. A estos sistemas receptivos se les agrupa de muchas formas, pero vamos a comentar aquí tres aspectos claves que nos ayudan a gestionar:

  • El sentido interoceptivo nos proporciona información sobre nuestras necesidades fisiológicas para regular la homeostasis en el cuerpo: necesidad de beber agua, el hambre y el deseo de algún tipo de alimento en concreto, el exceso de calor o de frío, la necesidad de reposo, por ejemplo.
  • El sentido propioceptivo nos indica nuestra posición en el espacio, y colabora con el sentido de la vista, el tacto y el oído para orientarnos. Nos facilita el movimiento coordinado porque nos informa de dónde está y cómo se traslada el conjunto y cada parte de nuestro cuerpo.
  • El sentido nociceptivo, y este es el que nos interesa especialmente en el contexto de los Síndromes de Sensibilización Central, alerta del daño: son receptores del dolor complementarios a las terminaciones nerviosas que revisten todo el cuerpo. Detectan constricciones en los vasos sanguíneos o falta de oxígeno en los tejidos, entre otros problemas.

Ahora sabemos que toda este serie de receptores no se encuentran sólo en la musculatura, o en la piel, sabemos que la red fascial alberga una gran parte de estos receptores y que en casi todas partes de los tejidos fasciales se encuentra una miríada de diminutas terminaciones nerviosas “libres”(sin el recubrimiento de mielina). Incluyendo estas terminaciones nerviosas más pequeñas en nuestro cálculo, la cantidad de receptores fasciales posiblemente sea igual o incluso superior a la de la retina, considerada hasta ahora como el órgano humano sensorial más complejo*. 

Así que si hablamos de la relación sensorial con nuestro propio cuerpo, tanto si consiste en pura propiocepción -la capacidad de situar de nuestro propio cuerpo y movimiento en el espacio- o nocicepción -la percepción del dolor- o la interocepción visceral-, la fascia constituye definitivamente nuestro órgano de percepción más importante. 

Cuando la fascia está dañada

La fascia y otros tejidos conectivos se lesionan por muchos motivos, un desgarro o un mal gesto, por ejemplo. En los procesos de recuperación de ese daño, se forman fibrosis, es decir, cicatrices o acumulaciones de tejido que intentan recomponer y recuperar la fibra dañada. 

En pequeñas situaciones, una alteración de este tipo es muy asumible, pero a veces el daño es realmente importante o se sostiene demasiado tiempo en el cuerpo (tensiones, sobrepeso, malas posturas, por ejemplo). Este tipo de situaciones más graves pueden llegar a hacernos perder la alineación o el movimiento normal de las articulaciones, especialmente en las vértebras. Por eso a veces no es posible realizar un ajuste mecánico (podemos ir a un quiropráctico o un osteópata pero el ajuste solo funciona por un tiempo).

Desafortunadamente, el dolor crónico y la inflamación pueden cambiar la forma en que funciona nuestro sistema nervioso central, de modo que se vuelve hipersensible cuando se trata de dolor. Cualquier persona con un Síndrome de Sensibilización Central puede tener respuestas dolorosas en casos en los que otras personas no sentirían dolor (alodinia) o tener respuestas de dolor masivas en casos en que otros tendrían un dolor leve (hiperalgia). Y mientras que la respuesta al dolor disminuye rápidamente cuando no hay enfermedad una vez que se elimina el estímulo nocivo,las personas afectadas de Sensibilización Central tienen una respuesta al dolor prolongada, ya que el sistema nervioso central está sobrecargado y, para protegernos de un daño aún mayor, tiende a permanecer activado, alerta.

¿Qué podemos hacer?

Nos enfrentamos a un panorama complejo en estos casos. Por una parte, nos toca relajar un sistema nervioso especialmente sensible y alerta, que usa la tensión como mecanismo de protección. Por otro lado, el dolor y el cansancio dificultan muchas veces una estrategia fundamental, que es el movimiento.

Parece ser que desarrollar la propiocepción puede ayudar al cuerpo a regular su experiencia del dolor. El ajuste y mejor comunicación con parte del sistema de receptores internos del cuerpo normalmente contribuye a regular el conjunto, contribuye al ajuste del sistema nervioso central.

Sin embargo, y conociendo las dificultades que existen en el dia a dia de las afectadas, esto no puede hacerse a base de, de nuevo, exigir más al sistema. En este sentido es necesaria mucha paciencia y una dosis de autocuidado y amabilidad con el propio cuerpo que no siempre podemos incorporar. La frustración es muy comprensible y es real, así que no se trata de menospreciar todas esas dificultades, las físicas y las emocionales, sino de ir construyendo una alternativa física y emocional: un poquito cada vez que se pueda, mucha calma, nada de forzar, mucho cariño a ese cuerpo que nos protege como aprendió a hacer, con tensión: ahora podemos incorporar formas de autocuidado mejores. Es un proceso.

Algunas claves físicas en este sentido son la hidratación, el masaje, las técnicas de relajación y una dieta antiinflamatoria. Y por supuesto, las técnicas de movilización suave. A nivel emocional: el soporte de otras personas afectadas, alguien que te entiende y sabe por lo que estás pasando, alguien que no menosprecie tus dificultades. A la vez, no quedarnos estancadas en la frustración. Soporte psicológico siempre que sea posible, técnicas de respiración y atención dirigida (el famoso mindfulness) y, de nuevo, el movimiento suave con un poquito de música que nos ayude a mejorar el estado de ánimo.

Algunas estrategias clave en el movimiento consciente

  • Marcar una intención al movernos, tomarnos un tiempo antes del movimiento para definir nuestro foco, en el cuerpo y en la mente.
  • Percibir el antes y el después. Notar cómo estoy antes de una sesión de movimiento me cuida en la dinámica, pero además me permite comparar con otras sensaciones que tendré al acabar. Es muy agradable sentir el cambio. Me recuerda la capacidad que estoy incorporando para transformar mis estados.
  • Nombrar las sensaciones. O, al menos, tomar nota mental. ¿Qué sucede? ¿Cuales son mis sensaciones? Estamos sintonizando con nuestra percepción. Esta búsqueda consciente nos ayuda a ir más allá del dolor, le “recuerda” a nuestro cuerpo el resto de elementos que está percibiendo y que a veces no notamos por pura saturación de nuestros sentidos.
  • Recordar que no somos simétricos ni nos movemos igual con el lado derecho de nuestro cuerpo que con el izquierdo. Notar diferencias entre la derecha y la izquierda nos ayuda a equilibrar tensiones. Si no puedo mover igual un brazo que el otro, no lo forzaré: al contrario, lo notaré y lo respetaré.
  • Especialmente mientras y al final de la sesión, prestar atención a las emociones y a sensaciones más generales: la sensación de energía, la sensación de mayor altura, o de libertad, o de flexibilidad. Todo esto son también sensaciones físicas muy reales que no queremos perdernos. 
  • Escuchar otras sensaciones y hacerles caso: sed o hambre, calor o frío, pequeñas sensaciones de molestia o ligero mareo… son avisos. Nuestro cuerpo suele avisarnos pero estamos gestionando tantas cosas (y además con dolor) que se nos escapan esas pequeñas pistas. Ese es un “entrenamiento” para el día a día (estamos afinando nuestro sentido interoceptivo).
  • Entender que ir despacio y suavemente en el movimiento es una capacidad, no una falta. Permitirnos el proceso, sabiendo que no lo vamos a resolver todo en una sesión. Este mundo va muy acelerado, todos necesitamos parar, ir más despacio, ir con más cariño. Al final, ese será nuestro gran poder.
  • Usar la imaginación activa. Visualizar, imaginar, inventar… nuestra vida cotidiana no suele tener espacios mentales abiertos para ello. La imaginación activa es uno de los grandes recursos de salud psico-física, para el bienestar. Si no tienes mucha práctica, vale la pena ir incorporando este recurso.
  • Parar. Siempre que haga falta. Solemos exigirnos demasiado, así que, al menos en una sesión de movimiento, nos podemos permitir parar. Y es una forma de aprender a hacerlo en el resto de contextos.
  • Buscar las variaciones. Salir de los movimientos repetitivos, que ya tenemos bastante de eso en nuestra vida cotidiana. Buscar las variaciones nos permite ampliar el registro de movimiento, y nos conecta, otra vez, con la atención. Además, mi mente estará enfocada en las variaciones y eso le dará un descanso de tanto pensar.
  • En la línea de la variedad, sentir diferentes ritmos, siempre con prudencia y si hay suficiente energía. En el caso de la fibromialgia, muchas veces serán movimientos muy simples y muy chiquititos, pero tener algunos momentos más activos le recuerda a mi cuerpo lo que es la energía activa.
  • Recordar que el cuerpo es un todo. Además de mover las diferentes partes del cuerpo, debemos recordar que somos mucho más que la suma de nuestras partes: nuestro cuerpo se mueve siempre en conjunto. 
  • Permitirnos “no saber”. No sé baliar, no sé moverme… es un juicio injusto que nos hacemos. Cada persona se mueve y baila a su manera y bailar es una conexión con la vitalidad. Saber unos pasos es un recurso más para moverme: si sé los pasos y los quiero usar, bien. Pero bailar es mucho más que eso.

*Dr. Robert Schleip Fascia: The Tensional Network of the Human Body

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