Estos días me encuentro reflexionando sobre las relaciones, especialmente las que se dan en contextos terapéuticos. Algo que me supone una revisión casi conceptual de mi propio lenguaje como persona que cuida. ¿Cómo conseguimos formar y compartir imágenes que nos ayuden definir relaciones, que nos ayuden a comprender, asimilar y hasta transformar nuestras dinámicas de relación? Estoy buscando palabras como en un pozo, y la búsqueda me tiene intrigada, curiosa…
En todo caso, me ido entusiasmando con la escritura, y creo que no puedo hablar de las metáforas sobre las relaciones con los demás sin pasar primero por un elemento determinante de nuestra construcción psicológica: la metáfora de la casa. A veces me parece que sólo yo me emociono con estas cosas, pero luego compruebo que no, que para muchos otros se ha convertido en la esencia de su trabajo y su contribución al mundo…
La casa, el yo
Es posible que la casa haya servido desde tiempos inmemoriales como metáfora de la psique humana, incluso desde antes de la existencia del psicoanálisis. La fachada, el refugio, la habitación, el hogar… La relación entre el lugar que habitamos y la idea de cuerpo es muy directa y evidente. Gaston Bachelard dedicó varios capítulos -casi la mitad- de su Poética del Espacio a la casa, con todas sus habitaciones y alturas, con sus simbolismos y toda su evolución en el tiempo.
Andamos algo desconectados de esa idea de casa desde que habitamos pisos cada vez más pequeños y micro-espacios (siempre que pienso en ello recuerdo al gran Edward Hall, avisándonos de los peligros psicológicos y fisiológicos de la masificación de nuestros espacios…). Con todo, la de la casa sigue siendo una metáfora poderosa: nuestro concepto general sigue siendo una construcción de uno o dos alturas con su tejado y su chimenea y posiblemente un jardincito… ¿No es lo primero que dibujarías?
Curiosamente, la profundidad de una metáfora tan aparentemente obvia siempre puede desarrollarse. Carl Jung describe en sus memorias el sueño que le llevó al concepto del inconsciente colectivo, a principios de los años 60:
Estaba en una casa que no conocía, una casa de dos plantas. Era “mi” casa. Me encontré en la planta superior, en la que había una especie de sala con mobiliario estilo rococó. En las paredes, un número de hermosas pinturas antiguas. Me pregunté si esta debía ser mi casa y pensé “no está mal”. Pero entonces se me ocurrió que no tenía idea del aspecto de la planta inferior. Bajé por las escaleras, y llegué a la planta baja. Todo era mucho más viejo allí, y me percaté de que esta parte de la casa debía datar del siglo XV o XVI. El mobiliario era medieval; los suelos, de ladrillo rojo. Estaba bastante oscuro. Iba de una habitación a la otra pensando: “ahora sí que debo explorar toda la casa”. Entonces encontré una puerta muy pesada, y la abrí. Al traspasarla descubrí una escalera de piedra que bajaba hacia una bodega. Descendí de nuevo y me encontré en una bella sala abovedada que parecía ser extraordinariamente antigua. Examinando las paredes, descubrí capas de ladrillo entre bloques de piedra, y trozos de ladrillo entre el mortero. Tan pronto como observé esto, supe que las paredes se remontaban a tiempos romanos. Mi interés en ese momento era muy intenso. Miré más atentamente al suelo. Estaba hecho de losas de piedra, y en una de ellas pude distinguir un anillo. Cuando tiré de él, la losa de piedra se levantó, y de nuevo encontré una escalera, esta vez de peldaños estrechos de piedra que de nuevo descendían en las profundidades. También bajé por ellos, y entré en una pequeña cueva tallada en la roca. En el suelo, una gruesa capa de polvo, y en el polvo, huesos esparcidos, y trozos de vasijas, como los restos de una cultura primitiva. Encontré dos calaveras humanas, por supuesto muy viejas y medio desintegradas. Entonces desperté.
Carl Jung. Memorias, sueños y reflexiones, 1961.
Días antes de este sueño, Jung había estado reflexionando sobre la visión de Freud de que el inconsciente está formado por la historia personal reprimida. Obviamente, Jung estaba de acuerdo en parte, pero se preguntaba si había algo más… El sueño parecía responder a estas preguntas: para Jung la casa soñada representaba claramente una imagen de la estructura de la psique mucho más compleja y completa de la que se tenía hasta entonces. Jung tardaría años en desarrollar plenamente el concepto de inconsciente colectivo, el sueño de su casa sirvió como forma de pensamiento.
La de la casa como reflejo del yo es una metáfora que damos por hecha, y sin embargo, mucho más profunda y útil de lo que parece. En mi caso, uso esta correlación de forma muy consciente, cuando necesito resituar algún aspecto de mi emoción: uso el diseño de mis espacios para favorecer nuevas perspectivas, despejar bloqueos y hasta cambiar de forma deliberada tendencias de comportamiento.
En fin, mi idea era reflexionar sobre cómo interpretamos las relaciones con los demás, cómo las visualizamos en ideas, en metáforas que nos sitúan en un estado mental. Después de todo este preámbulo, creo que ya toca…
La relación y el espejo
La primera metáfora de relación para mí fue la del espejo. Otra que no alcanzamos a adivinar cómo entró a formar parte de nuestro imaginario… tal vez sea incluso más antigua que los espejos, ¿cuántos siglos tendrá el mito de Narciso?
En mi caso particular, me impactó especialmente cuando conocí a Teresa Montsegur. Era mi primer contacto con la terapia de la danza y el movimiento y posiblemente ella la concebía con mucha más profundidad de la que yo era capaz de percibir en aquel entonces.
Siempre tuve algo de distancia a la idea de que vemos un reflejo de nosotros mismos en los demás porque, a pesar de ser una metáfora potente, igual que el espejo la comparación me parecía fría y falta de profundidad, estancada en un lugar superficial… Sin embargo, desde que he estudiado cómo los neurólogos describen el funcionamiento de las llamadas “neuronas espejo”, desde que conozco el entrainment, la micro-imitación… la relación danzante y sincrónica entre personas, lo sepan o no, me tiene fascinada, y su uso terapéutico también.
Trencadís, teselas… encajamos con los demás
Cuando mis estudios de danza movimiento terapia, no hace tanto, me encontré visualizando al grupo y a mí misma como fragmentos de un mismo espejo, la imagen se había complejidado y estaba evolucionando. Ya no era una imagen estática, incluía volumen, forma y algunas distorsiones. Durante mis estudios de DMT, en el llamado “grupo grande” -unas sesiones de pensamiento colectivo y reflexión sobre los comportamientos en relación, una de las metáforas desarrolladas -era la del trencadís, bellísima… Ahora mismo la retomamos. Sólo una pausa para decirte que, si estás leyendo todo esto es que el tema te interesa, así que te recomiendo totalmente algunos artículos de Peter Zelaskowski sobre relaciones y comportamientos grupales, una delicia.
Escher, teselas que se transforman
Escher entendió el movimiento y el encaje en constante proceso de transformación y creo que su trabajo ofrece una nueva dimensión al concepto de tesela.
Hay una dinámica, un placer en las pequeñas variaciones. El sentido del juego y la composición. Creo que el uso de la tesela que hace Escher es una variación más en el tema, porque incluye movimiento en los encajes. Creo que la vida que se mueve, cambia, evoluciona, se desvanece y reemerge en Escher es fascinante porque habla de nuestra naturaleza -la de nuestras formas y la de nuestras psiques… Los seres humanos somos esencialmente naturaleza, aunque a veces se nos olvide. Movimiento, cambio, transformación… hay algo personal, propio, en los trabajos de Escher porque habla de un movimiento presente en todos nosotros.
El caleidoscópio
Estos días pienso en el caleidoscópio como metáfora. Me gusta especialmente que la palabra caleidoscopio esté compuesta por la conjunción de “bello” (kalós) y la idea de “forma, figura, aspecto” (eîdos). Cada persona un trocito único de papel brillante o, casi, como un pequeño cristal, como una gema, con su forma y su color particular, también con sus heridas y sus desgarros, inmersa en un movimiento constantemente influido por el líquido en el que está sumergida y por el resto de piezas que marcan la corriente por su peso y su dimensión y su forma particulares, buscando encajes con otros, buscando la mirada, escondiéndonos, en movimiento perpetuo.
Un caleidoscópio de relación, y de movimiento complejo. Un movimiento marcado por el caos, que no es más que los millones de factores que inciden en cada momento, internos, externos. Gravedades, atracciones, pesos, corrientes, flujos, inercias…
Tal vez es posible pensar entonces que distintos fragmentos de aquel primer espejo sean las piezas que se mueven en el caleidoscópio, y tal vez a veces se encuentran en oposición y se reflejan, tal vez permiten una visión de repetición infinita en la profundidad inabarcable de la imagen multiplicada: el fractal, entonces, ¿estaría tambien contenido en esta imagen?
La resonancia de la escala, el fractal
La idea de fractal siempre me fascinó… esa capacidad de crecer a la vez hacia la profundidad infinita y hacia la expansión infinita, que vienen a tocarse al final del tiempo. Si pienso en ello como metáfora, lo hago en función de resonancias en distintas escalas: nuestras búsquedas son siempre las mismas en lugares distintos; facetas, aspectos* de la misma necesidad esencial en las relaciones: conectar, encajar, formar parte de… en definitiva, ser reconocidos como seres valiosos.
Me pregunto cual será la siguiente iteración de la metáfora. Porque si algo he aprendido, es que nunca es posible asumir que algo se comprende completa y profundamente. Siempre, siempre existe otra capa de oculta de significado por descubrir. Y como siempre, el arte seguramente pueda darnos nuevas claves… Me interesa el trabajo de Vincent Leroy por su uso del movimiento, los reflejos, fragmentos, formas en relacion… y, especialmente, por cómo usa de forma consciente la lentitud (confieso mi debilidad personal por los tiempos sostenidos). Ampliad la pantalla y disfrutad del vídeo.
*Siempre me fascina cómo recogemos términos de otras disciplinas y creamos significado…