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Me muevo, luego pienso

Varios autores han profundizado en las últimas décadas sobre las relaciones entre el movimiento y la construcción del pensamiento abstracto. Thinking in movement y, en general, los trabajos de Maxine Sheets-Johnstone plantean las maneras en las que construimos el pensamiento desde el cuerpo. Aquí vamos a salir de la fenomenología para centrarnos en algunos aspectos más prácticos entorno al espacio de trabajo.

El cuerpo nos duele y no es normal. Molestias, tensiones… intentamos sostener el cuerpo y el ánimo, y nos agotamos en el intento. El problema no es de actitud, ni se debe (solamente) a la falta de ejercicio. El problema es que no entendemos cómo gestionar nuestro cuerpo, calibrado hace miles de años para un entorno y unas situaciones totalmente distintas. Muchas veces no tenemos estrategias adecuadas porque nadie nos ha enseñado realmente una gestión psico-corporal adecuada y partimos de ideas equivocadas como

  • qué significa “estar cómodo” y que hace que una postura sea “buena”
  • cómo se relacionan la postura y el movimiento con las emociones y la capacidad de pensar adecuadamente
  • cómo son los espacios que ayudan a pensar mejor

Nuestra tesis es que el entorno y el movimiento son la clave de la eficacia intelectual y la salud cuerpo-mente. Veamos cómo.

Primera premisa: un cuerpo “disponible”

El “cuerpo disponible” es un estado físico en el que no hay rigidez muscular -tono sí, pero no tensión-, ninguna de nuestras articulaciones está bloqueada, tenemos consciencia de cómo estamos gestionando peso y apoyos, permitimos (al menos) micro-cambios y respiramos con suficiente profundidad.

Es curioso lo difícil que resulta muchas veces algo en teoría tan sencillo. En nuestro entorno es difícil adquirir esta conciencia corporal global, ya no digamos sostenerla. Es algo que trabajamos en movimiento expresivo, en danza-movimiento-terapia y en las clases de diseño desde el cuerpo, y es un reto siempre. Sin embargo, como todo, es un aprendizaje que se adquiere a base de práctica y que se puede aplicar en cualquier momento. Puedes empezar por notar tensiones excesivas, o sentir tu respiración, o bien observar donde tienes apoyo: el simple acto de prestar atención te hará reajustar inmediatamente, para mejor.

Puedes revisar si tu cuerpo está disponible en cualquier momento: puedes estar sentada trabajando, cargando peso, o realizando una acción repetitiva; puedes estar absolutamente concentrado en una tarea compleja o permanecer en una actitud más o menos pasiva. En cualquier caso, al prestar atención siempre realizarás ajustes y poco a poco lo harás con movimientos más amplios, con más soltura y de forma más completa. Pero lo más interesante es que empezarás a pensar mejor…

Errores de concepto

Volvamos a lo que comentábamos al principio: partimos (al menos en el entorno occidental) de varios errores básicos al pensar en el cuerpo: primero, cuando pensamos en comodidad imaginamos un cierto “abandono” del cuerpo: cómodo es relajado y quieto, blando, distendido, aflojado… El paradigma de la comodidad en nuestra cultura es el sofá. El sofá, por si alguien aún tiene dudas, es como la comida basura: un día está muy bien pero no puedes pretender que sea sano si forma parte de tu cotidianidad. Nos parece cómodo todo lo que percibimos hundido y sin forma y, al revés, muchas veces creemos que ciertas posturas más activas o mobiliarios poco convencionales van a ser incómodos y ni siquiera les damos una oportunidad.

Esto tiene una cierta lógica fundamental, por supuesto: intentamos evitar la dureza y la rigidez; el problema es que nos pasa con el sofá nos pasa igualmente en la silla ergonómica de último modelo: esperamos no tener que “gestionar” nuestro propio cuerpo y nos falta el tono adecuado (especialmente en la musculatura de la espalda y los abdominales) para usarla correctamente. Así que hay un primer reto al enfrentarnos a esta idea de comodidad que se ha ido apropiando de nuestros cuerpos y que nos mantiene en tonos musculares desequilibrados: musculaturas acortadas y tensas que cargan con todo el esfuerzo mientras otras están excesivamente alargadas y han dejado de contribuir a nuestra bio-tensegridad (más sobre la tensegridad corporal por aquí).

La otra idea equivocada es que asociamos la concentración con la quietud, la atención y la eficacia con la inmovilidad, y nos parece contradictorio afirmar que la actividad física pueda favorecer el trabajo intelectual, más allá de darnos un respiro para poder “volver luego al trabajo”. Tenemos incorporado un paradigma que separa cuerpo y mente, y entendemos el movimiento como “ejercicios”, no como parte intrínseca de nuestro ser, no como mecanismo regulador y expresivo constante. Sin embargo, el movimiento terapéutico trabaja desde esa premisa y la neurociencia lleva años aportando datos sobre este error.

El caso es que, en general, y especialmente en entornos de trabajo intelectual y estudio, para concentrarnos en una tarea mental nos colocamos y cerramos el “foco” de atención, cosa que significa “cerrar” la mirada; a eso se añaden excesos de tensión (estrés de todo tipo) que fácilmente aumentan a medida que pasa el tiempo o la tarea se complica.

Aquí son relevantes los estudios sobre el papel de la amígdala cerebral, que gestiona y procesa las emociones, en especial el miedo, el estrés y la ansiedad: cuando los niveles de ansiedad son muy altos, la amígdala nos coloca en un modo “cerrado”, con una gestualidad y actitud asociadas a la idea de supervivencia. La idea original de este mecanismo fisiológico es centrar nuestra atención en la amenaza para poder evitarla o enfrentarnos a ella, pero en nuestro entorno actual, cuando cerramos el foco no es porque exista una situación clara de peligro, es para “concentrarnos”. Es como entrar en un bucle de tensiones: si al esfuerzo por no distraernos añadimos la carga laboral -sobrecarga de tareas, miedo al error, entornos sutilmente hostiles, etc.-, y la carga física de sostener la postura y la tensión, el estado de “visión cerrada” pasa de ser metafórico a ser fisiológico y la ansiedad se dispara, cosa que afecta a nuestra capacidad para pensar adecuadamente y resulta en todo lo contrario de lo que pretendíamos.

Existe una estrategia natural para relajar la actividad de la amígdala: el movimiento ocular lateral que se genera de forma espontánea al caminar (o andar en bicicleta) a una velocidad adecuada*. Algo tan simple como dar un paseo, preferiblemente en un entorno natural, y mirar hacia adelante provoca ese movimiento ocular de lado a lado que gestiona los niveles de estrés (1). Es más, ese movimiento ocular también activa otras regiones cerebrales asociadas al optimismo y la asertividad (2). Caminar abre y expande nuestra mirada no sólo como acto físico, también emocionalmente.

El riesgo de las posturas estáticas (y no sólo sentadas)

Desde hace algunos años, la tendencia en diseño de espacios de trabajo es proporcionar un mobiliario que permita distintas posturas y actitudes diversas que acojan todo tipo de necesidades, desde facilitar reuniones informales y encuentros distendidos a lugares de alta concentración muy privados. La eficacia de estos nuevos entornos está más que comprobada y, al menos como concepto, hemos superado, la idea de una sola opción para cualquier dinámica laboral y entendemos que, además de distintas situaciones, es necesario ofrecer alternativas para los diversos aspectos de lo que significa el trabajo en un entorno intelectual (algunas escuelas son un perfecto ejemplo de esta tendencia).

Pero incluso en los diseños más vanguardistas, la diversidad postural no se asocia al movimiento, al menos no durante el desarrollo de las tareas intelectuales. Incorporamos el movimiento tal vez en el descanso, pero no como aspecto integrado en la situación mientras trabajamos. Sea de pie o sentados, la idea del movimiento se separa del pensamiento.

A todo esto hay que añadir un matiz a la idea de postura e insistir en la premisa del movimiento como parte del concepto: entender que una buena postura no es colocarse “recto” y quedarse así; que postura saludable es adaptable, permite respirar bien, permite una buena circulación, relaja tensiones excesivas y es expresiva. En definitiva, hay que entender que nuestros cuerpos necesitan moverse.

Así que, a parte de dar un paseo, podemos activar el cuerpo mientras trabajamos, especialmente si lo hacemos de pie (más que nada porque ofrece más posibilidades de movilidad). La opción más sofisticada es caminar a un ritmo suave y estable sobre una cinta. Una opción más asequible, aunque más difícil de manejar al principio, es balancearse sobre una pequeña tabla de equilibrio (3), o símplemente salir del escritorio cuando la tarea lo permita. Así, estaremos implicando activamente el sistema vestibular de forma que nuestras articulaciones permanezcan suaves y activas (el cuerpo disponible) además de activar los circuitos y mecanismos corporales que permiten relajar la amígdala. Con ello facilitaremos mayor concentración y mayor eficacia en el pensamiento abstracto.

Entiendo que trabajar en movimiento puede resultar un reto, especialmente cuando hay dolor o falta de hábito, por no mencionar la dificultad de incorporar estas estrategias poco convencionales en un entorno laboral que tal vez no las entienda. Pero es importante notar, primero, que no estamos hablando de un despliegue tremendo de movimientos, todo es suave y tranquilo; y segundo, la eficacia en adoptar este tipo de estrategias también está más que comprobada y, sinceramente, el precio que pagamos en dolor y malestar por no aplicarlas no vale la pena. En ese aspecto, los diseñadores tienen un papel importante al proponer los entornos de trabajo, incorporando algo más que la variedad de opciones para posturas “estáticas”, incorporando el movimiento.

Reacciones fisiológicas asociadas al entorno

Como comentábamos, las últimas tendencias en el diseño de oficinas, escuelas y bibliotecas, por nombrar los entornos de concentración más evidentes, incorporan diferentes posibilidades posturales: básicamente incorporan la posibilidad de trabajar de pie o fuera de un escritorio, y proveen entornos diversos para encuentros, reuniones, espacios de concentración y momentos de distensión que hace años eran difícilmente imaginables en un entorno “serio”.

Llevemos esta estrategia más allá, siendo conscientes de cómo funcionan los cambios en el entorno a nivel fisiológico, especialmente entendiendo cómo influye la gestión de la dopamina en nuestra capacidad cognitiva. En un estudio de 2019:

[…] la capacidad de gestionar el comportamiento de acuerdo con nuestros objetivos, depende de la corteza prefrontal. [El estudio] sugiere tres roles principales de la dopamina [regulada por el cortex prefrontal] en el control cognitivo: (i) activar la entrada sensorial, (ii) mantener y manipular los contenidos de la memoria de trabajo y (iii) transmitir comandos motores.

O sea, existe una relación directa entre las conexiones motoras, la recepción de estímulos y la memoria, y podemos trabajar con eso para mejorar el conjunto, porque todo está controlado por el cortex prefrontal: el movimiento adecuado cuida del conjunto del cuerpo, los estímulos externos adecuados inciden en el estado emocional y por lo tanto, ajustando movimiento y entorno podemos optimizar la capacidad de comprensión y concentración.

Un entorno novedoso y con los estímulos sensoriales adecuados sitúa al cuerpo en un pequeño estado de alerta que despierta la capacidad del cortex pre-frontal, la misma zona del cerebro que trabaja en la búsqueda de nuevos recursos y la resolución de problemas (4). Un entorno excesivamente monótono y familiar no genera ese pequeño pico de dopamina y no ayuda en los procesos abstractos, el cuerpo debe esforzarse en una concentración a la que no está llamado de manera natural. Esa pequeña “alerta” al recibir nuevos estímulos nos conecta fisiológicamente con la posibilidad de nuevos recursos.

Es una respuesta neurológica primitiva y de nuevo estamos ante mecanismos que gestionan los instintos de supervivencia ante cualquier amenaza. Los cambios de entorno funcionan eficazmente como estrategia porque forman parte de nuestro diseño esencial. Eso explica porqué somos capaces de concentrarnos en una cafetería llena de gente -si el sonido de fondo es suficientemente distante, si no hay un elemento demasiado llamativo que nos descoloque-.

Además, la dopamina está asociada también a la capacidad de motivación interna y a la sensación de satisfacción. Así que no es necesario un entorno totalmente desconocido, sino ofrecer a los sentidos la estimulación adecuada en forma de sonidos, colores, olores, texturas y espacio. Aunque las preferencias varían según las personas, existen unos ajustes de estimulación siempre relacionados con la naturaleza: formas orgánicas, variaciones arrítmicas suaves. Por eso es esencial que el diseño de espacios, además de resolver las necesidades más funcionales, preste atención a la creación de las atmósferas adecuadas que ofrezcan los estímulos sensoriales saludables para el cuerpo.

Así que para mejorar tu capacidad de pensar, para trabajar mejor y estar mejor, piensa en algunas claves:

  • presta atención a tu cuerpo y permite momentos de auto-regulación;
  • en cualquier postura, huye de la rigidez y realiza micro-ajustes (como mínimo, también pueden ser macro);
  • siempre que sea posible, muévete mientras trabajas;
  • de vez en cuando, camina sin escuchar música y sin usar móvil, deja que tu cuerpo abra su foco;
  • busca un lugar con un grado de novedad suficiente y con estímulos sensoriales adecuados, que saque al cuerpo de su estado entumecido;
  • y, ojalá, contribuye a normalizar estas formas de estar alternativas, activas y expresivas.

Bibliografía:
(1) Eye-Movement Intervention Enhances Extinction via Amygdala Deactivation
(2) Scientists uncover brain circuits behind putting up a fight or freezing in place: Study may provide clues to disorders including anxiety and phobias
(3) Puedes elegir entre distintos tipos de tablas de equilibrio para oficina, según tu estado físico y trabajo. 
(4) Dopamine and Cognitive Control in Prefrontal Cortex

* Algunas reflexiones sobre la velocidad adecuada al caminar y su influencia en la capacidad intelectual durante el trabajo en el capítulo 2 de The Extended Mind: The Power of Thinking Outside the Brain, Annie Murphy Paul. Mariner Books, 2021.