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La textura del tiempo

A principios del año 1839, Louis Daguerre (1787-1851) presentó su “daguerrotipo“, la máquina precursora de la cámara fotográfica. El acto solemne de la fotografía con un daguerrotipo exigía un tiempo de exposición prolongado -en sus inicios de hasta 10 minutos- para que la imagen pudiera transferirse a la placa plateada. Unos 30 años después, en 1872, Eadweard Muybridge (1830-1904) fotografió por primera vez los movimientos sucesivos de un caballo al galope con un sistema que lograba captar la imagen en un tiempo de exposición de 1/500 de segundo. Muybridge “es el hombre que dividió el segundo, una acción tan dramática y trascendental como la división del átomo”(1).

El caballo en movimiento, de Eadweard Muybridge. La imagen es producto del encargo en 1872, del empresario y político Leland Stanford (futuro fundador de la Universidad de Stanford). El objetivo era dirimir si en algún momento del galope las cuatro patas de un caballo dejaban simultáneamente de tocar el suelo. Le costó varios años y muchos intentos fallidos, pero al fin lo consiguió con un dispositivo formado por una docena de cámaras que disparaban en sucesión gracias a un sistema de hilos conectados .

Los estudios fotográficos de Muybridge son atrayentes de una forma muy particular: su vocación de investigación científica y su composición bellísima no evitaban en mí una cierta contradicción: algo en la imagen me inquietaba, una sensación de distanciamiento aséptico que me producía una especie de desconfianza y que no había logrado entender hasta ahora.

By Eadweard Muybridge – [1], Public Domain, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=153126

De la hazaña de Muybridge y su estudio de la locomoción animal y humana conocía más bien la parte anecdótica. Pero resulta que, allá por el 2003, Rebecca Solnit escribió sobre el fotógrafo y su época y propuso lo que para mi ha sido una reflexión inesperada y totalmente imprescindible: Solnit afirma que el sentido de la tecnología ha sido “aniquilar el espacio y el tiempo” y a medida que la leo consigo entender ese desasosiego que me provoca la imagen diseccionada:

Con los estudios sobre el movimiento era como si [Muybridge] estuviera devolviendo a los cuerpos a aquellos que los esculpieron — no los cuerpos que podían experimentarse cada día con sus sensaciones de gravedad, cansancio, fuerza, placer… sino cuerpos diseccionados y reconstruidos por la luz y la máquina de la fantasía.

Rebecca Solnit, River of Shadows: Eadweard Muybridge and the Technological Wild West

Pero va más allá, porque sin planteárselo, Muybridge se había convertido en precursor del cine, y Solnit entiende como ese salto que está a punto de dar nuestra cultura va a marcar nuestro tiempo y nuestra psique:

[Muybridge] había capturado aspectos del movimiento cuya velocidad les había hecho tan invisibles como las lunas de Júpiter antes del telescopio, y había encontrado la forma de darles movimiento de nuevo. Era como si hubiera capturado al tiempo mismo, lo hubiese detenido y luego lo hubiese puesto de nuevo en marcha, una y otra vez. El tiempo había quedado a su merced, de una forma imposible para nadie anteriormente. Así se abría un nuevo mundo para la ciencia, para el arte, para el entretenimiento, para la consciencia, y todo el tiempo anterior se alejaba y retraía.

Rebecca Solnit, River of Shadows: Eadweard Muybridge and the Technological Wild West

No vamos a argumentar aquí la preeminencia de la imagen en nuestra sociedad -de la foto perfecta y de la historia retransmitida en streaming. Solo puedo reflexionar, junto con Solnit, sobre el alejamiento que vivimos en paralelo respecto del resto de experiencias más sensoriales, sensuales, táctiles, físicas. Tampoco vamos a dar vueltas a como el confinamiento intensifica esa distancia. Nuestra cultura confía (casi) todas sus energías al sentido de la vista y lo fía (prácticamente) todo al pensamiento. Todo aquello que una vez fue sólido, tangible, texturizado, cálido y concreto pasó a ser luz y aire, algo lejano: ideas, imágenes en sucesión en una sala de cine, y ahora en múltiples pantallas, que siento ilusoriamente dotadas profundidad y volumen, y en la que el tiempo se desintegra. Pero tampoco podemos culpar a Muybridge: su experimento era tal vez inevitable. En la misma época, Etienne-Jules Marey (1830-1904) investigaba también la descomposición del movimiento, con resultados realmente hermosos.

Estudios del movimiento de Marey.

Esa misma distancia es la que Juhani Pallasmaa analiza una y otra vez en sus escritos y conferencias (por favor, leed a este hombre, escuchad sus charlas, es de una sensibilidad y una profundidad emocionantes). Pallasmaa reconoce con tristeza la misma realidad que Solnit en el campo de la arquitectura: sabe que “la inhumanidad de la arquitectura y la ciudad contemporáneas puede entenderse como consecuencia de una negligencia del cuerpo y los sentidos, así como de un desequilibrio de nuestro sistema sensorial” (2), porque somos una cultura basada en el sentido de la vista y dominados por la velocidad; inclinados peligrosamente hacia lo estrictamente racional, desconectados de un cierto sentido del tiempo…

Antes de las nuevas tecnologías e ideas, el tiempo era un río en el que los seres humanos estaban inmersos, constantemente moviéndose sobre su flujo, nunca más rápido que las velocidades de la naturaleza, de las corrientes, del viento, de los músculos. Los trenes los liberaban del flujo del río o los aislaban de él. La fotografía aparece en esta escena como si alguien hubiera encontrado la forma de congelar el agua del paso del tiempo […] Ya no era un mundo natural en el sentido en que siempre lo había sido, y los seres humanos ya no estaban contenidos en la naturaleza.

Rebecca Solnit, River of Shadows: Eadweard Muybridge and the Technological Wild West

Tal vez la necesidad humana del olfato y el gusto, del tacto y el movimiento deban reivindicarse. La necesidad de raíz, de entornos sensitivos, texturizados, diseñados con materiales naturales que “permitan que nuestra vista penetre en sus superficies”(3) y que nuestro cuerpo experimente en todas sus cualidades. Materiales “vivos”, que nos conecten con el paso del tiempo, porque por mucho que nuestra sociedad tenga miedo de la idea del desgaste, de la vejez, del deterioro y, en definitiva, de la idea de muerte, todo ello nos hace humanos. Tal vez ahora podemos entender esa necesidad cada vez más imperiosa.

Más allá de la arquitectura, la cultura contemporánea en general marcha hacia un distanciamiento, una especie de desensualización y deserotización escalofriantes de las relaciones humanas con la realidad.

los ojos de la piel. La arquitectura y los sentidos. juhani pallasmaa. ed. Gustavo gili, 2a edición, 2019. pag. 38

De las ideas de Pallasmaa sobre nuestros espacios y nuestras ciudades seguiremos hablando aquí. Mientras, os recomiendo especialmente la reseña de Maria Popova sobre el libro de Solnit, y en general todas sus reseñas en Brainpickings, que son sencillamente deliciosas… Y como nos toca seguir encerraditas, espero aprovechar para leer más de la Solnit. Ya os iré contando.

https://www.brainpickings.org/2016/05/26/river-of-shadows-rebecca-solnit-muybridge/